Salud y Educación Popular
El triunfo de la Revolución Sandinista el 19 de julio de 1979 determinó la incorporación del pueblo tanto en la acción como en la gestión de salud.
Cuando llegamos a Nicaragua, sentí que estaba en terreno conocido. En mi Goya natal me había acostumbrado a ver personas que tenían un saber aceptado por una parte de la sociedad y que no provenía de estudios científicos o universitarios. Conocí al huesero y a la curadora de empachos que ejercían su labor de manera gratuita porque lo consideraban un don. En mi tarea como médica, en los Esteros del Iberá aprendí a trabajar con personas que tenían esas características, pero que eran perseguidas porque se consideraba que su trabajo era ilegal. Grande fue mi sorpresa cuando me encontré que en Nicaragua estas personas no eran perseguidas sino estimuladas a mejorar su tarea, por lo que no me resultó extraño o diferente compartir la atención de la salud con parteras y brigadistas.
Las parteras
La primera vez que tomé contacto con una partera en Nicaragua fue en 1980, en el campamento de los obreros del café de la finca La Fundadora que había sido propiedad de Somoza y en ese momento era área recuperada como propiedad del pueblo.
Una noche me llamaron desde ese lugar para atender a una joven parturienta primeriza cuyo parto venía con complicaciones. Llegué al camarote, que era un cubo de madera donde se albergaban los trabajadores que cosechaban el café, y a la luz oscilante de un candil estaba la partera del lugar atendiendo a la mujer. Cuando me vio, dijo: “Ahora que usted llegó, yo me voy a ir”. “No”, le contesté, “¿por qué? entre las dos lo vamos a hacer mejor”. Y así fue, observé los masajes que ejecutaba, los brebajes que le hacía beber mientras yo hacía las maniobras médicas necesarias para el alumbramiento. Nació el niño, se acomodó a la madre y al recién nacido, y nos pusimos a conversar un rato la partera y yo.
Durante ese año y en los dos subsiguientes participé en los cursos de adiestramiento para las parteras empíricas, al que concurrían mujeres experimentadas en el tema. Enseñábamos lo relacionado con la asepsia y la antisepsia y la vacunación para evitar el tétanos neonatal. Los cursos eran prácticos y transcurrían en un clima ameno y cordial. Con muñecos o envoltorios de trapo que simulaban ser un bebé intercambiábamos conocimientos sobre plantas, masajes e infusiones para relajar a la embarazada. Yo me sentía aceptada por estas compañeras que brindaban sus servicios en forma gratuita.
- Jornada Popular de Salud,El Cedro, Jinotega (1988)
El Ministerio de Salud creó una historia clínica y un sistema de referencia y contrarreferencia para las parteras. Estaba basado en dibujos, en planchas con dibujos de mujeres embarazadas con alguna patología: pies hinchados, pérdidas vaginales. Cuando una mujer embarazada, que estaba bajo el control de una partera, presentaba alguna dificultad que exigía la presencia de un médico o el traslado a un centro de salud, la paciente era acompañada por la partera, quien además traía un gráfico de lo que estaba pasando. Ese dibujo se adjuntaba a la historia clínica.
A pesar de la situación militar, las minas y los combates, nos reuníamos una vez al mes con todas las parteras del área Cuá Bocay. Eran reuniones grandes, de entre 20 y 50 mujeres, donde se intercambiaban experiencias, problemas ocurridos en la práctica. Se daban noticias de lo que pasó de una comarca a la otra, por cuanto estas mujeres venían de diferentes territorios.
Siempre se comenzaba la reunión con una dinámica, que generalmente la preparábamos las parteras del pueblo junto con los equipos de salud. Por la tarde había dramatizaciones, o alguna puesta en práctica de lo vivenciado. Era una reunión generalmente de dos días y terminaba al atardecer, cantando con toda la fuerza el himno de la revolución del FSLN. También nos entregábamos cartitas o encargos para vecinos de otra comarca.
Había veces que aprovechábamos las fiestas, un 19 de Julio, o un 8 de Noviembre, y si era fin de semana la reunión que era una oportunidad en que la gente de la zona bajaba al pueblo para festejar, entonces se aprovechaba el encuentro y una de las noches se organizaba un gran baile.
El Ministerio de Salud pagaba los gastos de viaje, la comida, y en los casos en que era necesario que los que venían de afuera se quedaran a dormir, nos arreglábamos de alguna manera. No era fácil hacer estas reuniones porque el Cuá era un pueblo chico, sin ningún tipo de confort, sin agua potable por ejemplo, con los caminos minados, con la guerra permanentemente alrededor, y donde conseguir un colchón era complicado; no obstante alguna solución encontrábamos.
Los brigadistas
- Testimonio de Maria Felisa Lemos e Irma Antognazzi sobre el proceso revolucionario en Nicaragua.
Los brigadistas de salud eran, como las parteras, parte del pueblo que se incorporaba a las tareas del trabajo comunitario.
No necesitaban, como aquéllas, haber venido desempeñando tareas relacionadas específicamente con salud, aunque deberíamos preguntarnos qué es lo que no se relaciona con la salud. Las brigadistas y los brigadistas eran miembros de cooperativas, ya que en las cooperativas había comisiones de organización del trabajo, de la salud, de la educación. Cuando se anunciaba que se iba a hacer un curso de capacitación para brigadistas, para participar en las Jornadas Nacionales de Vacunación o Antimaláricas, por ejemplo, se hacía llegar la invitación a las cooperativas del área y eran los miembros de éstas los que elegían quién se iba a capacitar como brigadista de salud. Esta capacitación duraba un mes, en el que debían permanecer en el poblado del Cuá, aunque los fines de semana podían ir a sus casas si la situación lo permitía. Y era su propia cooperativa la que mantenía su familia y se hacía cargo de las tareas, en la producción y en la defensa. Ese mes era intensivo pero no finalizaba allí su formación. Teníamos, como con las parteras, una reunión mensual, y 15 días de capacitación intensiva cada 4 meses.
La formación de brigadistas era un poco más compleja, exigía un poco más de esfuerzo de los capacitadores. Podía ser hombre o mujer y podía tener de 12 hasta 100 años, lo que importaba era el compromiso que asumía con su comunidad y con la revolución.
Muchos de los nuevos brigadistas eran recién alfabetizados entonces las cartillas que se utilizaban para la capacitación estaban escritas con letras grandes, claras y con muchos dibujos. Se partía desde las vivencias, desde las experiencias que traían, desde los sueños que tenían. Hablábamos mucho de la reforma agraria, porque todos eran de tierras colectivizadas. La enseñanza siempre estaba relacionada con cuestiones prácticas, con la vida cotidiana. Se utilizaban mucho los juegos para aprender, el poner el cuerpo, dramatizaciones, canto, mucho canto y mucho baile.
Mi relación con las parteras y los brigadistas fue de igual a igual, manejábamos los mismos códigos y queríamos las mismas cosas. Teníamos diferentes conocimientos pero el intercambio nos enriquecía.