Treinta y cuatro años después
(Epílogo,
apostilla o “posfacio”)
Inicio estas difíciles líneas enfrentado de entrada a un problema de semántica.
No quise escribir un prólogo o introducción para esta nueva edición de mi viejo
“Nicaragua: Frente Sur”, a tantos años de las llevadas a imprenta en los años
ochenta. Lo que escribí en Nicaragua debe quedar así, pero siento que es de
justicia añadir algunos comentarios sobre personas y circunstancias que si bien
no pertenecen al período de la guerra propiamente, fueron relevantes en las
experiencias que tuve en suerte vivir en los días posteriores a dicho triunfo,
los cuales valga enfatizar fueron tan rigurosos como los previos a ese 19 de
julio de 1979 que se convirtió en fecha aniversaria del triunfo de la
Revolución Sandinista.
Los alemanes tienen una palabra, nachwort, que los diccionarios
traducen al castellano como “epílogo”, sin que en mi humilde opinión se aplique
realmente al caso. Lo que ocurre, pienso, es que realmente no existe una
palabra que traduzca el nachwort alemán, como si la hay paravorwort,
que se traduce correctamente como prólogo, prefacio, etc. Elnachwort alemán
debería ser traducido por una palabra que –aún- no existe en castellano:
“posfacio”. Que seria un texto añadido al final de un libro, sin que implique
necesariamente la continuidad de este como en efecto lo establece el término
“epílogo”.
Mi “posfacio” no constituye pues una continuación del libro, sino que se
refiere a este, con la distancia añadida de ser escrito habiendo transcurrido
nada menos que treinta y cuatro años. Tiempo normalmente más que suficiente
para olvidar situaciones y detalles, pero los tiempos anormales de la
guerra no se olvidan y permanecen indelebles en el corazón y la mente de
quienes los vivieron. O al menos así ocurre en mi caso.
Luego de tantas explicaciones y vueltas lo que quiero es escribir algunos
recuerdos sobre compatriotas que si bien llegaron a Nicaragua después del
triunfo, no fueron ajenos a la experiencia de la guerra, que en el teatro de
operaciones del Frente Sur se prolongo durante varios meses en la forma tanto
de lucha contra las bandas remanentes de guardias nacionales y efectivos de la
EEBI que nos hostigaban con saña, como en la confusa y ardua labor de
reconstruir e intentar organizar la vida militar y civil en una región que
había sido asolada por la guerra durante tanto tiempo.
A los días del triunfo llegaron a Peñas Blancas, sede del nuevo mando o
autoridad sandinista en la zona fronteriza entre Nicaragua y Costa Rica, un
pequeño grupo de venezolanos internacionalistas, que por una razón u otra no
alcanzaron a llegar antes del 19 de julio, aún habiéndolo así querido.
La labor desempeñada por estos combatientes, que bien se ganaron ese titulo,
fue de sumo valor en las cosas positivas logradas. Ellos llegaron en un momento
sumamente complejo para quienes quedamos a cargo de custodiar la frontera.
Ocurre que la totalidad de los mandos y veteranos de la guerrilla por razones y
necesidad obvias se habían ido a Managua y las ciudades grandes del país. Ahora
debían hacerse cargo de los ministerios, organismos de gobierno, misiones
internacionales, etc. Quedamos entonces en Peñas Blancas los que básicamente
éramos tropa de base y un par de combatientes internacionalistas con alguna
formación de cuadro político. No era mucho, o era muy poco, para la magnitud de
la misión planteada.
La llegada de veteranos de otros conflictos vino a reforzar nuestra labor en
forma determinante. Ellos se integraron rápidamente y a los pocos días eran
parte indiscutida del contingente sandinista acantonado en Peñas Blancas. Sobre
los venezolanos de este grupo es que quiero escribir unas pocas líneas,
cometiendo a conciencia la injusticia de dejar por fuera a costarricenses,
colombianos, mexicanos, españoles y otros que padecieron similares rigores y
efectuaron iguales o mayores aportes que los venezolanos. Pero ni soy el
indicado para ello, ni es el propósito de estas páginas intentar ofrecer un
diccionario de los internacionalistas que pasaron por la guerra nicaragüense.
El primero en llegar fue el compatriota Alí Gómez García, conocido en la
guerrilla venezolana como “Alicate” o “Vargas”, quien adoptó en Nicaragua el
nombre de guerra de “Nicanor”. El llego a Peñas Blancas en los primeros días de
agosto del 79. Yo lo había visto cosa de un par de meses antes en San José de
Costa Rica, a donde me habían mandado para exámenes médicos por las secuelas de
una explosión de mortero que me dejo atolondrado durante varios días. En una
calle de San José me encontré de frente don Doris Francia, a quien me unían
vínculos de amistad, luego de trabajos conjuntos realizados con el movimiento
político Ruptura, instrumento de trabajo legal de los remanentes de las viejas
FALN venezolanas. Doris estaba acompañada nada menos que del legendario Douglas
Bravo, quien andaba aún clandestino y perseguido por la policía política
venezolana. Y con ellos estaba “Alicate”, quien era algo así como la mano
derecha o el hombre de confianza de Douglas.
Ese día, o mejor dicho, esa noche, nos citamos en una tasca de San José a donde
acudí con Libertad Araujo, quien era mi compañera en ese tiempo y había volado
a San José para ayudarme en mi convalecencia. Pasamos largas horas y un par de
botellas de ron conversando sobre todos los temas posibles. Creí entender que
Doris, Douglas y “Alicate” andaban en tareas de insurgencia revolucionaria en
Honduras. Y que estaban en San José solo de tránsito. La compartimentación
obligaba a ser discretos.
A la mañana siguiente, probablemente revitalizado por los tragos con tan
relevantes camaradas, me regrese en autobús a la frontera, donde me reincorpore
a mis tareas de elemento de tropa. Poco tiempo después se dio el triunfo y a
los días llego “Alicate”, planteando que quería ir a Managua e incorporarse al
nuevo Ejército Popular Sandinista. En medio de la conversación que tuvimos me
menciono que entre otras cosas era explosivista. Ello me motivo a plantearle, o
rogarle quizás sería el término más apropiado, que se quedara con nosotros en
Peñas Blancas, para hacerse cargo de la recuperación y desmantelamiento de la
gran cantidad de artefactos explosivos que quedaron diseminados por la zona. El
se mostró conforme, adoptó el nombre de Nicanor y desde ese día pudimos
ufanarnos de contar con el mejor explosivista que había en Nicaragua.
Nicanor era un hombre con una sólida formación guerrillera. Trabajador
incansable, de iniciativa descollante. Lleno de sentimientos humanos y buen
humor. Era toda una referencia como revolucionario y hombre de acción, siempre
al tanto de las noticias, con visión estratégica, espíritu crítico, ánimo
didáctico. Fundó y se convirtió de inmediato en el jefe de la unidad de
explosivos de la Guarnición de Peñas Blancas.
La presencia de Nicanor motivó que a las pocas semanas llegaran por allí a
visitarlo otros dos comandantes guerrilleros venezolanos, Elegido Sivada
“Magoya” y Antonio Zamora “El Camarita”, quienes andaban en los mismos trajines
de insurgencia revolucionaria de Douglas Bravo y Doris Francia. Ellos pasaron
de tránsito hacia Managua. Les regale un par de pistolas con sus respectivos
“portes de arma”, expedidos por el Comando sandinista de Peñas Blancas, para
que no anduvieran desarmados por un país aún en armas. Del encuentro permanece
el testimonio fotográfico que se adjunta a esta edición del libro.
Nicanor murió en acto de servicio en el Ejército Popular Sandinista el 8 de
mayo de 1985. Yo estaba recién saliendo de un segundo carcelazo en el Cuartel
San Carlos y la noticia me impacto. Luego llegaron referencias de las altas
responsabilidades que él había llegado a adquirir en las filas sandinistas. Y
del aprecio que allí se le tenía. Escribí entonces en Tribuna Popular, el
periódico del Partido Comunista, unas líneas dirigidas a “La Flaca” y “El
Mugre”, su compañera y su hijo, quienes pasaron largas semanas en esos meses
iniciales de revolución en Peñas Blancas. Pero nunca más supe de ellos. De la
memoria viva de Nicanor permanece su formidable libro “Falsas, maliciosas y
escandalosas reflexiones de un ñángara”, que lo hizo merecedor del premio Casa
de las Américas 1985, reeditado en 2005 y 2012 por el Ministerio del Poder
Popular para la Cultura, bajo cielo bolivariano.
Literalmente al mismo tiempo que Nicanor llegaron otros dos venezolanos a Peñas
Blancas, Marcial Rodríguez y Antonio Herguetta.
Marcial Rodríguez, es un hombre multifacético. Siendo sargento técnico de la
Fuerza Aérea Venezolana participó en el alzamiento de Puerto Cabello y fue a
dar como preso político a la llamada Isla del Burro, en los comienzos del
proceso insurreccional en Venezuela. De allí salió para incorporarse a la
guerrilla, dónde fue comandante de la Brigada Móvil “Fabricio Ojeda” de las
FALN, en la cual por cierto fue jefe de Nicanor, poco más que un muchacho en
ese tiempo. Pasó posteriormente por el Cuartel San Carlos y de allí,
sorpresivamente, se dedico a escribir y aportó una media docena de libros de
relatos revolucionarios.
En Peñas Blancas Marcial hizo gala de su experiencia guerrillera y formación
militar profesional. Como combatiente demostró ser un hombre de acción de
formidables cualidades. Organizado, meticuloso, letal. No recuerdo ninguna
operación contra-bandidos, como llamábamos a la lucha contra los
merodeadores y elementos dispersos del somocismo, en que Marcial no estuviese
presente. Como militar profesional asumió la difícil labor de impartir
formación de orden cerrado a los guerrilleros que se mostraran voluntarios para
tan irritantes ejercicios. De esta tarea surgió lo que sinceramente creo fue el
primer grupo de guerrilleros, al menos en la zona sur de Nicaragua, que eran
capaces de formar y marchar con marcialidad. Algunos de ellos incluso con “paso
de ganso”, para sorpresa y deleite de quienes acudían a las formaciones o
concentraciones de personal de tropa que hacíamos de tanto en tanto.
Marcial regreso a Venezuela casi al mismo tiempo que yo. Estuvimos presos
juntos un par de veces, en la DISIP y en la DIM, cuando quedaba aún en los
altos del Cuartel San Carlos. Y también en el demolido Reten de Catia, antro
carcelario de triste renombre. Luego las circunstancias de la vida nos alejaron
pero la amistad y camaradería perduran. De cuando en cuando aún hablamos.
Luego llegó Antonio Herguetta, un veterano cuadro político formado en la
Juventud Comunista, dirigente local en Caricuao, Caracas. Fui a recibirlo al
aeropuerto de San José de Costa Rica, a donde llegó cargado con dos maletas
contentivas de las obras completas de Lenin, enviadas por el PCV, las cuales
fueron recibidas con sorna en una Guarnición donde casi se pasaba hambre y el
papel higiénico brillaba por su ausencia, con lo cual el destino de dichos
libros estaba sellado.
Antonio adoptó el nombre de guerra de “Ismael”. Como siempre fue un gran
jodedor afirmaba que su nombre era un homenaje a Ismael Rivera “Maelo”, hoy en
día casi desconocido pero que para la época era nada menos que “El Sonero
Mayor”. Ismael aporto la increíble capacidad de resolver cosas que solo es
inherente a un verdadero “toero” u “hombre orquesta” que no conoce el
significado de la flojera. Las anécdotas de su paso por Nicaragua darían
material para un libro. Se hizo respetado y querido por todos los combatientes,
entre los cuales efectuó lo que seguramente fue el más importante trabajo de
masas en su carrera de profesional revolucionario.
Al regresar a Venezuela, no podía ser de otra forma, estuvimos presos juntos en
la DISIP (dos veces) y en la DIM (una sola vez, afortunadamente). En los
tigritos de Las Brisas Antonio con su inagotable capacidad de buen humor hacia
más llevadero el encierro, aportando al mismo tiempo iniciativas como
mini-fogatas hechas con trozos de envases de jugo, para recalentar durante el
día el café que sólo servían por la mañana.
Luego las circunstancias de la lucha nos llevaron por distintos caminos.
Y nunca volví a saber de él. Perduran sin embargo el afecto fraternal y la
nostalgia por tan extraordinario amigo y camarada.
Otra persona a la que quiero referirme con especial afecto es a una camarada
venezolana que llegó a Peñas Blancas en esos días, de la cual vergonzosamente
he olvidado su nombre de guerra. Y nunca conocí el verdadero. Ella, guerrillera
nata, propuso la creación de una escuelita para los niños campesinos de los
alrededores. Al obtener el visto bueno solicitó materiales para la escuela, los
cuales no obtuvo por tratarse de una necesidad secundaria ante la suma de otras
urgencias. Entonces optó por instalar su “aula” frente al Comando de la
Guarnición de Peñas Blancas, donde comenzó a dar clases sin cuadernos, lápices
ni nada parecido. Al reclamarle la escogencia del sitio menos adecuado para sus
alumnos, alegó que ese sitio era el más concurrido por la gente en tránsito y
tenía la esperanza de que al ver a los niños recibir clases sin ningún recurso
didáctico, la gente se motivaría y comenzaría a aportar materiales. Lo que en
efecto ocurrió.
Esa escuelita fue algo extraordinario. Venían niños difíciles, traumatizados
por la guerra, que no sabían leer ni escribir. Y la compañera se afanaba tanto
en alfabetizarlos como en volverlos a la normalidad infantil. También le daba
clases a adultos, en unas jornadas inacabables en las cuales nunca se la vio
desfallecer. A donde quiera que esté, vaya mi recuerdo y saludo afectuoso. Ella
le dio calor humano a Peñas Blancas y logró que endurecidos guerreros volvieran
a percibir ese sentimiento que llamamos ternura.
Finalmente, quiero mencionar lo que para mi fue uno de los momentos más
emotivos en todo ese tiempo. Habían transcurrido quizás unos diez días o un par
de semanas desde el triunfo y me estaba desempeñando como responsable o
comandante de la Guarnición de Peñas Blancas. El trabajo era intenso, en gran
medida por la cantidad de refugiados, curiosos y viajeros en general que venían
a Nicaragua desde Costa Rica, y allí, en la línea fronteriza, había que anotar
los datos de sus documentos personales y tomar las precauciones de rigor para
evitar la entrada de agentes provocadores o espías, que entre paréntesis nunca
identificamos ninguno. Ese trajín comenzaba a las seis de la mañana y terminaba
a las seis de la tarde, cuando exhaustos cerrábamos la frontera. El cansancio
nos impuso cerrar igualmente la frontera los días domingo, para permitirle
algún descanso al escaso personal con que contábamos.
Pues un domingo tempranito llegó un combatiente a despertarme, diciendo que del
lado costarricense, en la línea fronteriza, estaba un venezolano preguntando
por su hijo, que era compañero nuestro. Medio dormido le pregunte como se
llamaba ese venezolano, pero no lo había anotado. “¿Y el hijo, cómo se
llama?”, “Pues Alberto, o Álvaro, o algo así”. Me pare como un rayo y me
fui corriendo a la línea fronteriza, donde en efecto estaba mi papá con una
sonrisa que no le cabía en la cara. Mi viejo venia con unos camaradas del
Partido Comunista de Costa Rica, que no se llama o llamaba así pero que eso
era. Y de entonces tengo la primera anécdota de los dos días que literalmente
obligue a mi papá a quedarse en Peñas Blancas. Le dije que pasaran a Nicaragua,
pero me respondió que no se podía, que la frontera estaba cerrada los domingos.
“No joda, papá, si esa orden la di yo”.
Mi viejo estuvo dos días allí. Teníamos tiempo sin vernos y aparte de que no
conocía mi nombre de guerra, “Joaquín”, la única noticia que había recibido de
mi era que había resultado herido en combate, lo cual sólo era una verdad a
medias, porque una conmoción cerebral no es exactamente una herida, ni de
guerra ni de nada.
El Partido Comunista de Venezuela en esa época no simpatizaba mucho con los
sandinistas. Apreciaban la caída de la dictadura somocista, pero veían al
Frente Sandinista como una creación de la socialdemocracia internacional. Lo
cual también era una verdad a medias puesto que el FSLN acunaba a todo el
amplio espectro de opositores a Somoza, desde eso que llaman ultra-izquierda
hasta las más rancias organizaciones social demócratas, Acción Democrática de
Venezuela incluida destacadamente en ese conglomerado. Entonces mi viejo venia
a algo así, sospecho, como calibrar y tomar contacto a nombre del PCV con la
dirección sandinista. Nunca me lo dijo.
Lo que si me dijo era que tenía prisa en llegar con los camaradas ticos hasta
Managua. Le ofrecí un medio de transporte y una escolta, pero para dos días
después. El discutió un poco, sin mucha insistencia, y acepto quedarse esos dos
días en Peñas Blancas, compartiendo con un hijo con el cual no había pasado más
de dos horas desde que era un niño.
Las otras anécdotas del encuentro quedan para la familia. Este es un libro de
guerra, no las remembranzas de un viejo nostálgico.
Álvaro Carrera
Puerto Ayacucho, 19 de Julio de 2013
UCCA.-PRES.- www.uncafeconangiolillo.com
Luego de mucho tiempo , 38 años he buscado infructuosamente informacion de padre muerto en el frente sur, y por que le pregunto a los que leen este articulo de este extraordinario ser humano que sacrifica su vida para liberar a este pueblo de nicaragua y que gracias a Dios salio vivo.Pues mi papa vivio en caracas Venezuela desde 1972 hasta 1978 cuando deja definitivamente este pais, fue correo estrategico, participa en acciones con grupos de izquierda en colombia, que apoyaban en ese momento la lucha del pueblo nicaraguense, solo tengo una foto de mi papa cuando esta en 1978 junto a grupos de uno de los comandantes famosos del frente sur, Laureano Mairena luego de eso existen algunas hipotesis sobre su muerte, le decian el Tiquillo, el padrecito por su acento diferente, dicen que muere en el sector de sapoa, o la calera y la fecha probable es en septiembre de 1978, o julio de 1979. Tenemos una carta redactada por el compañero Richar Lugo quien dice que muere el 12 de septiembre de 1978 y el comandante Jose Valdivia dice que muere en julio de 1979 en un refuerzo a los ataques a la ciudad de de Rivas, pocas personas se acuerdan de el, las circuntancias no la conozco de su muerte, pero eso si era Venezolano y Nicaraguense...un saludo fraterno de mi parte, tambien existen personas egoistas nicaraguenses que dicen haberlo conocido y que indican que nunca pelio...si para eso esta el coronel Jose Valdivia que puede dar fe de ingreso al frente sur, pero me dijo que no le dijeron donde cayo ni cuando...
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