dimanche 16 novembre 2014

Testimonio de Alvaro Carrera "Joaquin". Un Venezolano en el Frente Sur. (2)

Treinta y cuatro años después

(Epílogo, apostilla o “posfacio”)

          Inicio estas difíciles líneas enfrentado de entrada a un problema de semántica. No quise escribir un prólogo o introducción para esta nueva edición de mi viejo “Nicaragua: Frente Sur”, a tantos años de las llevadas a imprenta en los años ochenta. Lo que escribí en Nicaragua debe quedar así, pero siento que es de justicia añadir algunos comentarios sobre personas y circunstancias que si bien no pertenecen al período de la guerra propiamente, fueron relevantes en las experiencias que tuve en suerte vivir en los días posteriores a dicho triunfo, los cuales valga enfatizar fueron tan rigurosos como los previos a ese 19 de julio de 1979 que se convirtió en fecha aniversaria del triunfo de la Revolución Sandinista.

          Los alemanes tienen una palabra, nachwort, que los diccionarios traducen al castellano como “epílogo”, sin que en mi humilde opinión se aplique realmente al caso. Lo que ocurre, pienso, es que realmente no existe una palabra que traduzca el nachwort alemán, como si la hay paravorwort, que se traduce correctamente como prólogo, prefacio, etc. Elnachwort alemán debería ser traducido por una palabra que –aún- no existe en castellano: “posfacio”. Que seria un texto añadido al final de un libro, sin que implique necesariamente la continuidad de este como en efecto lo establece el término “epílogo”.

          Mi “posfacio” no constituye pues una continuación del libro, sino que se refiere a este, con la distancia añadida de ser escrito habiendo transcurrido nada menos que treinta y cuatro años. Tiempo normalmente más que suficiente para  olvidar situaciones y detalles, pero los tiempos anormales de la guerra no se olvidan y permanecen indelebles en el corazón y la mente de quienes los vivieron. O al menos así ocurre en mi caso.

          Luego de tantas explicaciones y vueltas lo que quiero es escribir algunos recuerdos sobre compatriotas que si bien llegaron a Nicaragua después del triunfo, no fueron ajenos a la experiencia de la guerra, que en el teatro de operaciones del Frente Sur se prolongo durante varios meses en la forma tanto de lucha contra las bandas remanentes de guardias nacionales y efectivos de la EEBI que nos hostigaban con saña, como en la confusa y ardua labor de reconstruir e intentar organizar la vida militar y civil en una región que había sido asolada por la guerra durante tanto tiempo.

          A los días del triunfo llegaron a Peñas Blancas, sede del nuevo mando o autoridad sandinista en la zona fronteriza entre Nicaragua y Costa Rica, un pequeño grupo de venezolanos internacionalistas, que por una razón u otra no alcanzaron a llegar antes del 19 de julio, aún habiéndolo así querido.



          La labor desempeñada por estos combatientes, que bien se ganaron ese titulo, fue de sumo valor en las cosas positivas logradas. Ellos llegaron en un momento sumamente complejo para quienes quedamos a cargo de custodiar la frontera. Ocurre que la totalidad de los mandos y veteranos de la guerrilla por razones y necesidad obvias se habían ido a Managua y las ciudades grandes del país. Ahora debían hacerse cargo de los ministerios, organismos de gobierno, misiones internacionales, etc. Quedamos entonces en Peñas Blancas los que básicamente éramos tropa de base y un par de combatientes internacionalistas con alguna formación de cuadro político. No era mucho, o era muy poco, para la magnitud de la misión planteada.

          La llegada de veteranos de otros conflictos vino a reforzar nuestra labor en forma determinante. Ellos se integraron rápidamente y a los pocos días eran parte indiscutida del contingente sandinista acantonado en Peñas Blancas. Sobre los venezolanos de este grupo es que quiero escribir unas pocas líneas, cometiendo a conciencia la injusticia de dejar por fuera a costarricenses, colombianos, mexicanos, españoles y otros que padecieron similares rigores y efectuaron iguales o mayores aportes que los venezolanos. Pero ni soy el indicado para ello, ni es el propósito de estas páginas intentar ofrecer un diccionario de los internacionalistas que pasaron por la guerra nicaragüense.

          El primero en llegar fue el compatriota Alí Gómez García, conocido en la guerrilla venezolana como “Alicate” o “Vargas”, quien adoptó en Nicaragua el nombre de guerra de “Nicanor”. El llego a Peñas Blancas en los primeros días de agosto del 79. Yo lo había visto cosa de un par de meses antes en San José de Costa Rica, a donde me habían mandado para exámenes médicos por las secuelas de una explosión de mortero que me dejo atolondrado durante varios días. En una calle de San José me encontré de frente don Doris Francia, a quien me unían vínculos de amistad, luego de trabajos conjuntos realizados con el movimiento político Ruptura, instrumento de trabajo legal de los remanentes de las viejas FALN venezolanas. Doris estaba acompañada nada menos que del legendario Douglas Bravo, quien andaba aún clandestino y perseguido por la policía política venezolana. Y con ellos estaba “Alicate”, quien era algo así como la mano derecha o el hombre de confianza de Douglas.

          Ese día, o mejor dicho, esa noche, nos citamos en una tasca de San José a donde acudí con Libertad Araujo, quien era mi compañera en ese tiempo y había volado a San José para ayudarme en mi convalecencia. Pasamos largas horas y un par de botellas de ron conversando sobre todos los temas posibles. Creí entender que Doris, Douglas y “Alicate” andaban en tareas de insurgencia revolucionaria en Honduras. Y que estaban en San José solo de tránsito. La compartimentación obligaba a ser discretos.

          A la mañana siguiente, probablemente revitalizado por los tragos con tan relevantes camaradas, me regrese en autobús a la frontera, donde me reincorpore a mis tareas de elemento de tropa. Poco tiempo después se dio el triunfo y a los días llego “Alicate”, planteando que quería ir a Managua e incorporarse al nuevo Ejército Popular Sandinista. En medio de la conversación que tuvimos me menciono que entre otras cosas era explosivista. Ello me motivo a plantearle, o rogarle quizás sería el término más apropiado, que se quedara con nosotros en Peñas Blancas, para hacerse cargo de la recuperación y desmantelamiento de la gran cantidad de artefactos explosivos que quedaron diseminados por la zona. El se mostró conforme, adoptó el nombre de Nicanor y desde ese día pudimos ufanarnos de contar con el mejor explosivista que había en Nicaragua.

          Nicanor era un hombre con una sólida formación guerrillera. Trabajador incansable, de iniciativa descollante. Lleno de sentimientos humanos y buen humor. Era toda una referencia como revolucionario y hombre de acción, siempre al tanto de las noticias, con visión estratégica, espíritu crítico, ánimo didáctico. Fundó y se convirtió de inmediato en el jefe de la unidad de explosivos de la Guarnición de Peñas Blancas.

          La presencia de Nicanor motivó que a las pocas semanas llegaran por allí a visitarlo otros dos comandantes guerrilleros venezolanos, Elegido Sivada “Magoya” y Antonio Zamora “El Camarita”, quienes andaban en los mismos trajines de insurgencia revolucionaria de Douglas Bravo y Doris Francia. Ellos pasaron de tránsito hacia Managua. Les regale un par de pistolas con sus respectivos “portes de arma”, expedidos por el Comando sandinista de Peñas Blancas, para que no anduvieran desarmados por un país aún en armas. Del encuentro permanece el testimonio fotográfico que se adjunta a esta edición del libro.

          Nicanor murió en acto de servicio en el Ejército Popular Sandinista el 8 de mayo de 1985. Yo estaba recién saliendo de un segundo carcelazo en el Cuartel San Carlos y la noticia me impacto. Luego llegaron referencias de las altas responsabilidades que él había llegado a adquirir en las filas sandinistas. Y del aprecio que allí se le tenía. Escribí entonces en Tribuna Popular, el periódico del Partido Comunista, unas líneas dirigidas a “La Flaca” y “El Mugre”, su compañera y su hijo, quienes pasaron largas semanas en esos meses iniciales de revolución en Peñas Blancas. Pero nunca más supe de ellos. De la memoria viva de Nicanor permanece su formidable libro “Falsas, maliciosas y escandalosas reflexiones de un ñángara”, que lo hizo merecedor del premio Casa de las Américas 1985, reeditado en 2005 y 2012 por el Ministerio del Poder Popular para la Cultura, bajo cielo bolivariano.

          Literalmente al mismo tiempo que Nicanor llegaron otros dos venezolanos a Peñas Blancas, Marcial Rodríguez y Antonio Herguetta.

          Marcial Rodríguez, es un hombre multifacético. Siendo sargento técnico de la Fuerza Aérea Venezolana participó en el alzamiento de Puerto Cabello y fue a dar como preso político a la llamada Isla del Burro, en los comienzos del proceso insurreccional en Venezuela. De allí salió para incorporarse a la guerrilla, dónde fue comandante de la Brigada Móvil “Fabricio Ojeda” de las FALN, en la cual por cierto fue jefe de Nicanor, poco más que un muchacho en ese tiempo. Pasó posteriormente por el Cuartel San Carlos y de allí, sorpresivamente, se dedico a escribir y aportó una media docena de libros de relatos revolucionarios.

          En Peñas Blancas Marcial hizo gala de su experiencia guerrillera y formación militar profesional. Como combatiente demostró ser un hombre de acción de formidables cualidades. Organizado, meticuloso, letal. No recuerdo ninguna operación contra-bandidos, como  llamábamos a la lucha contra los merodeadores y elementos dispersos del somocismo, en que Marcial no estuviese presente. Como militar profesional asumió la difícil labor de impartir formación de orden cerrado a los guerrilleros que se mostraran voluntarios para tan irritantes ejercicios. De esta tarea surgió lo que sinceramente creo fue el primer grupo de guerrilleros, al menos en la zona sur de Nicaragua, que eran capaces de formar y marchar con marcialidad. Algunos de ellos incluso con “paso de ganso”, para sorpresa y deleite de quienes acudían a las formaciones o concentraciones de personal de tropa que hacíamos de tanto en tanto.

          Marcial regreso a Venezuela casi al mismo tiempo que yo. Estuvimos presos juntos un par de veces, en la DISIP y en la DIM, cuando quedaba aún en los altos del Cuartel San Carlos. Y también en el demolido Reten de Catia, antro carcelario de triste renombre. Luego las circunstancias de la vida nos alejaron pero la amistad y camaradería perduran. De cuando en cuando aún hablamos.

          Luego llegó Antonio Herguetta, un veterano cuadro político formado en la Juventud Comunista, dirigente local en Caricuao, Caracas. Fui a recibirlo al aeropuerto de San José de Costa Rica, a donde llegó cargado con dos maletas contentivas de las obras completas de Lenin, enviadas por el PCV, las cuales fueron recibidas con sorna en una Guarnición donde casi se pasaba hambre y el papel higiénico brillaba por su ausencia, con lo cual el destino de dichos libros estaba sellado.

          Antonio adoptó el nombre de guerra de “Ismael”. Como siempre fue un gran jodedor afirmaba que su nombre era un homenaje a Ismael Rivera “Maelo”, hoy en día casi desconocido pero que para la época era nada menos que “El Sonero Mayor”. Ismael aporto la increíble capacidad de resolver cosas que solo es inherente a un verdadero “toero” u “hombre orquesta” que no conoce el significado de la flojera. Las anécdotas de su paso por Nicaragua darían material para un libro. Se hizo respetado y querido por todos los combatientes, entre los cuales efectuó lo que seguramente fue el más importante trabajo de masas en su carrera de profesional revolucionario.

          Al regresar a Venezuela, no podía ser de otra forma, estuvimos presos juntos en la DISIP (dos veces) y en la DIM (una sola vez, afortunadamente). En los tigritos de Las Brisas Antonio con su inagotable capacidad de buen humor hacia más llevadero el encierro, aportando al mismo tiempo iniciativas como mini-fogatas hechas con trozos de envases de jugo, para recalentar durante el día el café que sólo servían por la mañana. 

           Luego las circunstancias de la lucha nos llevaron por distintos caminos. Y nunca volví a saber de él. Perduran sin embargo el afecto fraternal y la nostalgia por tan extraordinario amigo y camarada.

          Otra persona a la que quiero referirme con especial afecto es a una camarada venezolana que llegó a Peñas Blancas en esos días, de la cual vergonzosamente he olvidado su nombre de guerra. Y nunca conocí el verdadero. Ella, guerrillera nata, propuso la creación de una escuelita para los niños campesinos de los alrededores. Al obtener el visto bueno solicitó materiales para la escuela, los cuales no obtuvo por tratarse de una necesidad secundaria ante la suma de otras urgencias. Entonces optó por instalar su “aula” frente al Comando de la Guarnición de Peñas Blancas, donde comenzó a dar clases sin cuadernos, lápices ni nada parecido. Al reclamarle la escogencia del sitio menos adecuado para sus alumnos, alegó que ese sitio era el más concurrido por la gente en tránsito y tenía la esperanza de que al ver a los niños recibir clases sin ningún recurso didáctico, la gente se motivaría y comenzaría a aportar materiales. Lo que en efecto ocurrió.

          Esa escuelita fue algo extraordinario. Venían niños difíciles, traumatizados por la guerra, que no sabían leer ni escribir. Y la compañera se afanaba tanto en alfabetizarlos como en volverlos a la normalidad infantil. También le daba clases a adultos, en unas jornadas inacabables en las cuales nunca se la vio desfallecer. A donde quiera que esté, vaya mi recuerdo y saludo afectuoso. Ella le dio calor humano a Peñas Blancas y logró que endurecidos guerreros volvieran a percibir ese sentimiento que llamamos ternura.

          Finalmente, quiero mencionar lo que para mi fue uno de los momentos más emotivos en todo ese tiempo. Habían transcurrido quizás unos diez días o un par de semanas desde el triunfo y me estaba desempeñando como responsable o comandante de la Guarnición de Peñas Blancas. El trabajo era intenso, en gran medida por la cantidad de refugiados, curiosos y viajeros en general que venían a Nicaragua desde Costa Rica, y allí, en la línea fronteriza, había que anotar los datos de sus documentos personales y tomar las precauciones de rigor para evitar la entrada de agentes provocadores o espías, que entre paréntesis nunca identificamos ninguno. Ese trajín comenzaba a las seis de la mañana y terminaba a las seis de la tarde, cuando exhaustos cerrábamos la frontera. El cansancio nos impuso cerrar igualmente la frontera los días domingo, para permitirle algún descanso al escaso personal con que contábamos.

          Pues un domingo tempranito llegó un combatiente a despertarme, diciendo que del lado costarricense, en la línea fronteriza, estaba un venezolano preguntando por su hijo, que era compañero nuestro. Medio dormido le pregunte como se llamaba ese venezolano, pero no lo había anotado. “¿Y el hijo, cómo se llama?”,  “Pues Alberto, o Álvaro, o algo así”. Me pare como un rayo y me fui corriendo a la línea fronteriza, donde en efecto estaba mi papá con una sonrisa que no le cabía en la cara. Mi viejo venia con unos camaradas del Partido Comunista de Costa Rica, que no se llama o llamaba así pero que eso era. Y de entonces tengo la primera anécdota de los dos días que literalmente obligue a mi papá a quedarse en Peñas Blancas. Le dije que pasaran a Nicaragua, pero me respondió que no se podía, que la frontera estaba cerrada los domingos. “No joda, papá, si esa orden la di yo”.

          Mi viejo estuvo dos días allí. Teníamos tiempo sin vernos y aparte de que no conocía mi nombre de guerra, “Joaquín”, la única noticia que había recibido de mi era que había resultado herido en combate, lo cual sólo era una verdad a medias, porque una conmoción cerebral no es exactamente una herida, ni de guerra ni de nada.

          El Partido Comunista de Venezuela en esa época no simpatizaba mucho con los sandinistas. Apreciaban la caída de la dictadura somocista, pero veían al Frente Sandinista como una creación de la socialdemocracia internacional. Lo cual también era una verdad a medias puesto que el FSLN acunaba a todo el amplio espectro de opositores a Somoza, desde eso que llaman ultra-izquierda hasta las más rancias organizaciones social demócratas, Acción Democrática de Venezuela incluida destacadamente en ese conglomerado. Entonces mi viejo venia a algo así, sospecho, como calibrar y tomar contacto a nombre del PCV con la dirección sandinista. Nunca me lo dijo.

          Lo que si me dijo era que tenía prisa en llegar con los camaradas ticos hasta Managua. Le ofrecí un medio de transporte y una escolta, pero para dos días después. El discutió un poco, sin mucha insistencia, y acepto quedarse esos dos días en Peñas Blancas, compartiendo con un hijo con el cual no había pasado más de dos horas desde que era un niño.

          Las otras anécdotas del encuentro quedan para la familia. Este es un libro de guerra, no las remembranzas de un viejo nostálgico. 



Álvaro Carrera

Puerto Ayacucho, 19 de Julio de 2013




UCCA.-PRES.-   www.uncafeconangiolillo.com

samedi 8 novembre 2014

Testimonio de Alvaro Carrera "Joaquin". Un Venezolano en el Frente Sur.

Por Clemente Balladares, publicado el 20 de agosto de 2012. 


Alvaro Carrera, alias Joaquín, cuenta en primera persona sus experiencias de la guerra contra la dictadura de Somoza en un texto que me prestó su hermano Luis José Cova. Es la segunda edición del Fondo Editorial Carlos Aponte publicada en 1987. Es un librito muy económico de 128 quebradizas páginas amarillentadas por el tiempo y de una minúscula letra tipo arial narrow 10. El libro se titula Nicaragua: Frente Sur (Diario de Guerra de “Joaquin”).

Jamás había hallado un diario de combate narrado por su protagonista venezolano con una vivencia tan cercana de esas descarnadas experiencias. Ni en la Guerra de Independencia (Autobiografía de Páez, 1867; Cuentos de Venezuela, editado por Richard Longeville Vowell, 1831), menos en la Guerra Federal u otros veteranos como Rafael de Nogales Méndez, he leído descripciones tan directas de las campañas vividas en el terreno, la ropa que vistes, de que te alimentas –cuando hay comida-, tus compañeros de batalla, el armamento y que hace el mismo sobre los seres humanos cuando lo usas en toda su letalidad.
Según narra Joaquín, transcurre el año 1979, último de la dictadura Somocista, fueron cinco los venezolanos voluntarios en el FSLN, incluida una mujer llamada Lucia, el alias de Mariana Yonuss Blanco. Los otros tres eran: Jurado (Paul del Rio), Enrique Cova –mejor conocido como Cumaná, y Douglas. Con cierta vergüenza confiesa que los venezolanos son el grupo más pequeño de internacionalistas. No así uno de los más aguerridos, ya que siempre pedían la primera línea de fuego.

Son combatientes marxistas todos, quienes superan las carencias y el fragor de la guerra con la fuerza que les da la convicción.
Portada de "Nicaragua : Frente Sur, escrito por Alvaro Carrera (1987).
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En el 2013, se preparaba una nueva edicion del libro, Alvaro Carrera escribio un "posfacio"...

"Posfacio" para la edición 2013 de Nicaragua: Frente Sur
A mis camaradas, amigos y familiares:
El Ministerio Bolivariano del Poder Popular para la Educación, se propone, a través de la imprenta de los maestros (Fondo Editorial del IPASME), reeditar -no se por que causa- mi viejo libro "Nicaragua: Frente Sur". En vista de la inevitabilidad de ello (no le consultan a uno, ni le informan, sino que uno se entera "de vaina"), apele a mis restantes derechos de autor para solicitarles que incorporaran al texto original un "prefacio" que debería ir al final y por ende denominarse "posfacio", a lo cual presuntamente accedieron (habrá que ver el libro cuando salga para constatar si en efecto me pararon bolas).
Aquí se los mando por si no sale publicado  para que se enteren de lo que quise decir y a lo mejor no me dejaron. O no me dejan, porque aún no ha sido editado.En fin, los quiero mucho, aunque sea torpe en demostrarlo...

samedi 1 novembre 2014

Recordar a Ambrosio Mogorrón.

En octubre pasado, me llego un comentario de Douglas. Me mando estas lineas en recuerdo al enfermero español Ambrosio Mogorrón, caido en San José de Bocay, 24 de mayo de 1986.


Conocí a Ambrosio en el Barrio San Judas de Managua, en la casa de un cura obrero francés Jean Louis Genoud. Cuando llegaba era una maravilla ver a un hombre de lentes gruesos, escaso cabello y voz grave hablar del trabajo que realizaba “en la montaña”.

En algunas ocasiones don Nardo Fornos, peluquero, agricultor y sandinista a toda prueba, le decía que era necesario que tomará medidas de precaución y se auxiliara con tropas del ejército. Ambrosio siempre contestaba que si daba la apariencia de estar vinculado con las fuerzas armadas, el campesinado dudaría de su trabajo y perdería la confianza. 

Su muerte fue noticia de primera plana y ocho columnas en el Diario Barricada, organo oficial del FSLN. Casualmente el día de la publicación me fui a cortar el pelo y encontré a Nardo quién también era el distribuidor de Barricada, Con los ojos llorosos al preguntarle únicamente me extendió el periódico, No eran necesarios los comentarios. Fue la única vez en mi vida que un barbero me corta el pelo sin pronunciar palabra alguna. Al final estabamos tan serios que Nardo me dijo “ya nos parecemos a Ambrosio”.


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Retrato de Ambrosio publicado en el folleto
"Benjamin Linder, arribo cargado de sueños".

Carta a Ambrosio Mogorrón, a 23 años de su caída

Cartas de los Lectores | 22 mayo de 2009

Por José María Recover
El sábado 24 de Mayo de 1986 dos vehículos se encuentran en el camino que entra a Los Cedros en el término de San José Bocay, dialogan unos momentos y reanudan su marcha. En el vehículo que entra a la comunidad de los Cedros van compañeros que son reconocidos líderes populares de la comarca, todos ellos infatigables luchadores del avance y el bienestar para sus comunidades.
Entre ellos va Ambrosio Mogorrón, el enfermero vasco de Bocay y que se encontraba en esa jornada en plena campaña de vacunación para los más pequeños.
En ese trascurso de entrar y salir el vehículo de los Cedros, la muerte estaba sembrada, la barbarie estaba servida. Una mina antitanque fue colocada en un charco del camino, senda segura por la que el vehículo estaría obligado a pasar de vuelta. La ocasión era circunstancial y única, nunca tantos dirigentes y activistas comunitarios habían estado tan juntos y pensarían que había que aprovecharlo. Ocurrió lo que la “contra” buscaba, apagar sus vidas, acabar en un solo acto con estos compañeros y lo que ellos significaban, el tesón, el coraje, la lucha, la organización, las cooperativas, la sencillez, la humildad, en una palabra cercenar la belleza.
Carta a Ambrosio:
Querido amigo, la última vez que te vi allá en mi casa en San Judas, me quedé preocupado. Me contabas que la situación estaba muy fregada, las incursiones de la “contra” eran muy fuertes y muy difícil realizar tu trabajo de salud, que muchas veces os quedabais incomunicados. Tú me decías… ya ves no puedo ni salir de Bocay para visitar a los campesinos que por sus dolencias no pueden llegar hasta aquí. Mientras te ponías tu pijama de cuadros grises se dejaban ver tus heridas en las canillas de las piernas, ¿no será lesmania? ¡No! me decías, ¡estas heridas por allá son normales!, y con tus ojos grandes, hundidos y mirándome fijamente me decías… yo tengo medicamentos o recursos a la mano, es la pobre gente quien no los tiene y ni siquiera puede bajar a buscarlos ahora por los ataques de la “contra”.
Mañana me voy para Bocay… ¡pero si llegaste ayer, yo le respondía!... si pero aquí ya he hecho lo que tenía que hacer y allí me necesitan… Te marchaste temprano, sigiloso, sin hacer ruido para no molestar a nadie, como siempre y fue la última vez que te volví a ver.
Ambrosio, ahora soy yo quien te viene a ver.
Mucha agua ha caído y muchas cosas han cambiado desde entonces, Managua sigue siendo la ciudad ajetreada y de locos que a vos te parecía, ahora tiene más vehículos y algunas carreteras de circunvalación que intentan descongestionar el tráfico. El tejido humano es el mismo, la gente madruga, sale a trabajar, tiene sueños y esperanzas y sale todos los días en busca de conseguir lo mejor para él y los suyos, claro que habiendo estado varios gobiernos neo-liberales en el poder han diezmado con sus políticas los beneficios sociales de los más débiles, de los sectores siempre más necesitados.
Pero te cuento mejor el camino a Bocay.
El camino a Bocay en bus, como tu contabas es largo y se hace pesado, ahora lo están arreglando, claro que como había llovido está la zona de “la pegaera” en la que con una mezcla de mucha paciencia y destreza por parte del conductor evitará que nos fuésemos “al guindo”.
Me dio mucha alegría ver en el camino como los niños y jóvenes se dirigían a las escuelas y los institutos. El bus por un momento se llenó de ellos, invadieron gratamente aquel espacio reducido con su alegría característica, todo ello aderezado con ese grato olor a talco y cabellos húmedos de cuerpos recién aseados, me recordó la etapa de la alfabetización y como vos decías… es que un pueblo que se forma jamás volverá a ser esclavo.
Llegamos al río y pasamos “la gusaera”, el agua hasta el eje de las ruedas. ¿Te acuerdas cuando me contabas?... cuando está crecido no se puede pasar y hay que esperar o hacer malabares para cruzarlo.
Después de 7 horas llegamos a San José de Bocay, estaba nervioso, yo quería verte y mi corazón palpitaba fuerte ante la duda de si te podría encontrar. Seguro que ahora no lo reconocerías y te sorprenderías, la comunidad es más grande y con mucha actividad económica. En el camino preguntamos por el centro de salud y rápido nos indicaron. Ya no es aquella casita de tablas rajadas con la banca de madera en la puerta donde vos dispensabas las pocas medicinas de las que disponían, ¡Ambrosio sentate y escucháme con atención!
El centro de Salud es ahora GRANDE con letras en mayúsculas, tiene varios edificios, casa materna, algunas especialidades y un laboratorio que hace exámenes patológicos y cultivos, pero lo más grande e importante, tiene en él personas como vos que se esfuerzan todos los días por dar lo mejor de sí, con humildad, con sencillez, tiene doctores y doctoras y está ahí en el laboratorio Josefa Morales “Chepita”, tu gran amiga y compañera de trabajo de la que tantas veces nos hablaste con cariño, con ella en el laboratorio está ahora también Alba Azucena, todos ellos como vos lo harías, sin desfallecer, apenas sin descansar, dejando el descanso para luego o para cuando se pueda, en circunstancias adversas y difíciles de las que vos conoces y algunos conocemos.
Ambrosio si pudieras verlo se sentirías orgulloso, te hemos buscado, hemos venido a verte y al fin lo hemos conseguido, estás ahí en tu centro de salud, no porque estés en la placa que lleva tu nombre, si no porque estás impregnado en la gente y con la gente como a vos te gustaba, hermano y amigo no en vano tienes la medalla al merito al trabajo José Benito Escobar, sobre todo tienes la medalla del pueblo de Bocay que te quiere y te recuerda, siempre te recordaremos. Amigo ahora en este centro y como vos lo soñabas, descansa en paz.
Tu amigo que no te olvida
José María Recover