dimanche 30 août 2015

María Felisa Lemos, Estrategias de salud para época de guerra. (1979-1991) (3/3)

Las campañas de vacunación y las jornadas de salud1270835249_afiche28
En los Centros de Salud se formaron los brigadistas populares para realizar las Primeras Jornadas Nacionales
de Salud en los años 1981/82, en las que se  aplicaron tres vacunas; la triple, la antipoliomielítica y la antisarampionosa.
En Matagalpa se capacitaban como brigradistas en salud en el Laboratorio de Epidemiología “Che Guevara” y otros lugares tales como escuelas, centros de salud, asociaciones, por ejemplo la Asociación de Mujeres Nicaragüenses Luisa Amanda Espinosa (AMNLAE), etc.
La capacitación se hacía cada año antes de una jornada nacional porque siempre se sumaba más gente y había que actualizar los contenidos y las estrategias en relación con los cambios de situación que provocaba la guerra.
arribo cargado de sueños
Benjamín Linder
Las campañas eran muy creativas, divertidas, por ejemplo cuando hicimos la campaña contra  el sarampión para concientizar a la gente sobre la necesidad de vacunarse. En esas ocasiones,  Benjamín Linder, un internacionalista que además de ingeniero era payaso profesional, representaba el monstruo del sarampión.  Lo cubríamos con una sábana a modo de capa y le pintábamos con mertiolate  manchitas rojas  a él y a la sábana. Así recorría el pueblo con su monociclo, simulaba ser “el Monstruo del Sarampión” lo cual resultaba una atracción para niños y grandes.
(Benjamín Linder fue asesinado en Bocay, cuando construía una represa, para dar luz al pueblo del mismo nombre)
Los brigadistas de salud se preparaban con el material que se les entregaba diseñado para cada actividad y estudiaban las cartillas que les proveíamos. Se utilizaba sobre todo la fuerza de la comunidad porque el área de salud no tenía muchos recursos humanos y además porque en la nueva sociedad, el concepto era que la comunidad debía participar en la gestión de salud.
Era un trabajo no pago que se hacía voluntariamente y para realizarlo había que capacitarse. Esas capacitaciones se llevaban a cabo en todo el país, en escuelas, en centros de salud, en bodegas de café, en la escuela de cuadros del FSLN. Donde hubiera un espacio grande y sillas se constituía el centro de capacitación. El gobierno revolucionario proveía el material de estudio: unas cartillas hermosas, con dibujos excelentes impresas en papel de diario, adecuadas a la realidad, con palabras y tipo de letra para que pudieran ser leídos y comprendidos por personas que en algunos casos acababan de alfabetizarse.
En la montaña, la capacitación de los brigadistas tenía un tiempo de formación de un mes. Estando ya en su tarea, se realizaba un encuentro mensual en el que se compartían las dudas y dificultades que habían tenido y las soluciones que habían encontrado. Fue un cambio de estrategia que se planificó para la zona de guerra.
Brigadista popular de salud podía ser cualquiera, desde los 12 a los 100 años, pero sólo era aceptado si había sido elegido por su comunidad, ya fuera ésta un barrio de una ciudad, una comarca o una cooperativa en el campo; quienes lo elegían tenían en cuenta su compromiso con los demás, el aprecio del que gozaba entre su gente. Cada comunidad o barrio tenía generalmente varios brigadistas que realizaban su tarea en el colectivo que lo había elegido y al cual pertenecía.
Estrategias de salud para época de guerra
La guerra contrarrevolucionaria obligó a crear estrategias para poder llevar adelante los programas de salud. En salud MF Lemosel caso de la tuberculosis, por ejemplo, la interrupción de un tratamiento por falta de medicamentos provoca el aumento de la resistencia del bacilo y el avance de la enfermedad. Para evitar esto, capacitamos líderes populares que no necesariamente eran sandinistas pero que tenían algún ascendiente sobre la población a la que pertenecían.
Sus tareas eran tomar a su cargo la contención, el tratamiento de los compañeros enfermos de Tuberculosis. Ellos conocían su comarca y su pueblo, desde el centro de salud le decíamos, “en tu zona, allí hay tres compañeros que tienen tuberculosis, tomá a tu cargo el tratamiento de esos compañeros”. El tratamiento se hacía supervisado: “visítalos y fijate que tomen los medicamentos, acompáñalos y volvé a explicarle todo lo que sabés sobre la enfermedad las veces que sea necesario, dale ánimos…”. La guerra se interponía, el paciente no podía concurrir al Centro de Salud, pero el vecino que vivía en el lugar sí podía hacerlo. Se le proveía el envase plástico para colocar el esputo y llevarlo al Centro de Salud para que fuera analizado. En caso contrario, había que ir a buscarlo. Se tenía mucho cuidado y responsabilidad en esto porque había que vencer la enfermedad aún en medio de la guerra.
De ese modo trabajamos en el tratamiento de los enfermos de enfermedades crónicas. Tratamiento supervisado, con afecto, con continuidad en la medicación en medio de la guerra y logrando darle de alta a muchos pacientes…
Era un logro más de la salud en la revolución y éxito exclusivo de la participación del pueblo en las tareas sanitarias.

samedi 22 août 2015

María Felisa Lemos en “el ojo del Huracan revolucionario” (1979-1991) (2/3)

Salud y Educación Popular
Salud EPSEl triunfo de la Revolución Sandinista el 19 de julio de 1979 determinó la incorporación del pueblo tanto en la acción como en la gestión de salud.
Cuando llegamos a Nicaragua, sentí que estaba en terreno conocido. En mi Goya natal me había acostumbrado a ver personas que tenían un saber aceptado por una parte de la sociedad y que no provenía de estudios científicos o universitarios. Conocí al huesero y a la curadora de empachos que ejercían su labor de manera gratuita porque lo consideraban un don. En mi tarea como médica, en los Esteros del Iberá aprendí a trabajar con personas que tenían esas características, pero que eran perseguidas porque se consideraba que su trabajo era ilegal. Grande fue mi sorpresa cuando me encontré que en Nicaragua estas personas no eran perseguidas sino estimuladas a mejorar su tarea, por lo que no me resultó extraño o diferente compartir la atención  de la salud con parteras y brigadistas.
Las parteras
La primera vez que tomé contacto con una partera en Nicaragua fue en 1980, en el campamento de los obreros del café de la finca La Fundadora que había sido propiedad de Somoza y en ese momento era área recuperada como propiedad del pueblo.
Una noche me llamaron desde ese lugar para atender a una joven parturienta primeriza cuyo parto venía con complicaciones. Llegué al camarote, que era un cubo de madera donde se albergaban los trabajadores que cosechaban el café, y a la luz oscilante de un candil estaba la partera del lugar atendiendo a la mujer. Cuando  me vio, dijo: “Ahora que usted llegó, yo me voy a ir”. “No”, le contesté, “¿por qué? entre las dos lo vamos a hacer mejor”. Y así fue, observé los masajes que ejecutaba, los brebajes que le hacía beber mientras yo hacía las maniobras médicas necesarias para el alumbramiento. Nació el niño, se acomodó a la madre y al recién nacido, y nos pusimos a conversar un rato la partera y yo.
Durante ese año y en los dos subsiguientes participé en los cursos de adiestramiento para las parteras empíricas, al que concurrían mujeres experimentadas en el tema. Enseñábamos lo relacionado con la asepsia y la antisepsia  y la vacunación para evitar el tétanos neonatal. Los cursos eran prácticos y transcurrían en un clima ameno y cordial. Con muñecos o envoltorios de trapo que simulaban ser un bebé intercambiábamos conocimientos sobre plantas, masajes e infusiones para relajar a la embarazada. Yo me sentía aceptada por estas compañeras que brindaban sus servicios en forma gratuita.
Jornada Popular de Salud en 1988. El Cedro Jinotega
Jornada Popular de Salud,El Cedro, Jinotega (1988)
El Ministerio de Salud creó una historia clínica y un sistema de referencia y contrarreferencia para las parteras. Estaba basado en dibujos, en planchas con dibujos de mujeres embarazadas con alguna patología: pies hinchados, pérdidas vaginales. Cuando una mujer embarazada, que estaba bajo el control de una partera, presentaba alguna dificultad que exigía la presencia de un médico o el traslado a un centro de salud, la paciente era acompañada por la partera, quien además traía un gráfico de lo que estaba pasando. Ese dibujo se adjuntaba a la historia clínica.
A pesar de la situación militar, las minas y los combates,  nos reuníamos una vez al mes con todas las parteras del área Cuá Bocay. Eran reuniones grandes, de entre 20 y 50 mujeres, donde se intercambiaban experiencias, problemas ocurridos en la práctica. Se daban noticias de lo que pasó de una comarca  a la otra, por cuanto estas mujeres venían de diferentes territorios.
Siempre se comenzaba la reunión con una dinámica, que generalmente la preparábamos las parteras del pueblo junto con los equipos de salud. Por la tarde había dramatizaciones, o alguna puesta en práctica de lo vivenciado. Era una reunión generalmente de dos días y  terminaba al atardecer, cantando con toda la fuerza el himno de la revolución del FSLN. También nos entregábamos cartitas o encargos para vecinos de otra comarca.
Había veces que aprovechábamos las fiestas, un 19 de Julio, o un 8 de Noviembre, y si era fin de  semana la reunión que era una oportunidad en que la gente de la zona bajaba al pueblo para festejar, entonces se aprovechaba el encuentro y una de las noches se organizaba un gran baile.
El Ministerio de Salud pagaba los gastos de viaje, la comida, y en los casos en que era necesario que los que venían de afuera se quedaran a dormir,  nos arreglábamos de alguna manera. No era fácil hacer estas reuniones porque el Cuá era un pueblo chico, sin ningún tipo de confort, sin agua potable por ejemplo, con los caminos minados, con la guerra permanentemente alrededor, y donde conseguir un colchón era complicado; no obstante alguna solución encontrábamos.
Los brigadistas
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Testimonio de Maria Felisa Lemos e Irma Antognazzi sobre el proceso revolucionario en Nicaragua.
Los brigadistas de salud eran, como las parteras, parte del pueblo que se incorporaba a las tareas del trabajo comunitario.
No necesitaban, como aquéllas, haber venido desempeñando tareas relacionadas específicamente con salud, aunque deberíamos preguntarnos qué es lo que no se relaciona con la salud. Las brigadistas y los brigadistas eran miembros de cooperativas, ya que en las cooperativas había comisiones de organización del trabajo, de la salud, de la educación. Cuando se anunciaba que se iba a hacer un curso de capacitación para brigadistas, para participar en las Jornadas Nacionales de Vacunación o Antimaláricas, por ejemplo, se hacía llegar la invitación a las cooperativas del área y eran los miembros de éstas los que elegían quién se iba a capacitar como brigadista de salud. Esta  capacitación duraba un mes, en el que debían permanecer  en el poblado del Cuá, aunque los  fines de semana podían ir a sus casas si la situación lo permitía. Y era su propia cooperativa la que mantenía su familia y se hacía cargo de las tareas, en la producción y en la defensa. Ese mes era intensivo pero no finalizaba allí su formación. Teníamos, como con las parteras, una reunión mensual, y 15 días de capacitación intensiva cada 4 meses.
La formación de brigadistas era un poco más compleja, exigía un poco más de esfuerzo de los capacitadores. Podía ser hombre o mujer y podía tener de 12 hasta 100 años, lo que importaba era el compromiso que asumía con su comunidad y con la revolución.
Muchos de los nuevos brigadistas eran recién alfabetizados entonces las cartillas que se utilizaban para la capacitación estaban escritas con letras grandes, claras y con muchos dibujos. Se partía desde las vivencias, desde las experiencias que traían, desde los sueños que tenían. Hablábamos mucho de la reforma agraria, porque todos eran de tierras colectivizadas. La enseñanza siempre estaba relacionada con cuestiones prácticas, con la vida cotidiana. Se utilizaban mucho los juegos para aprender, el poner el cuerpo, dramatizaciones, canto, mucho canto y mucho baile.
Mi relación con las parteras y los brigadistas fue de igual a igual, manejábamos los mismos códigos y queríamos las mismas cosas. Teníamos diferentes conocimientos pero el intercambio nos enriquecía.

jeudi 20 août 2015

María Felisa Lemos, itinerario internacionalista. (1979 - 1991) (1/3)

María Felisa Lemos llegó a Nicaragua desde París, donde estaba exiliada, poco después del derrocamiento de Anastasio Somoza, en julio de 1979, por parte del Frente Sandinista de Liberación Nacional. Su inmediato lugar de residencia fue una zona rural próxima a la frontera con Honduras donde desarrolló actividades como sanitarista. Ella permaneció en Nicaragua hasta 1991.
Maria Felisa Lemos
María Felisa Lemos.
Salud y Educación Popular en Nicaragua
Las prioridades del gobierno de la revolución sandinista fueron la salud, la educación, la reforma agraria y la creación de un banco para que los campesinos pudieran  contar con créditos para la explotación agrícola. Un objetivo fundamental del gobierno popular fue la creación de centros de salud en todo el territorio nicaragüense y la transformación  del sistema de salud en un sistema único (S.N.U.S.).
El problema era cómo cubrir con personal suficiente esos centros ubicados en el interior, sobre todo en el campo, por la carencia de médicos, enfermeras y de personal sanitario en general. En esa época, en el país egresaban de la Universidad de León cincuenta médicos por año. Fue necesario crear nuevas universidad, facultades de medicina y escuelas de enfermería en cada cabecera departamental, pero era fundamental cambiar la mentalidad de los médicos y del resto del personal de salud que había optado por quedarse y no emigrar después del triunfo de la revolución.
En 1980, en la Oficina Regional de la VI Región muchos médicos finqueros ocupaban los cargos regionales. Ellos me contaron que durante la insurrección contra el gobierno de Somoza, en Matagalpa, los médicos con sus modernas armas de caza se subían a los tejados o terrazas de sus casas y desde allí combatían. Es que la burguesía quería que cayera Somoza, pues pensaban que una vez que se fuera el dictador, se constituiría un gobierno afín a sus intereses de clase que no afectaría sus privilegios, cambiando algo para que nada cambiara.
El triunfo del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) fue bien recibido, pero a mi llegada a Nicaragua, cuando me integré al Sistema de Salud, ya la situación había variado. Conocí a un médico, de apellido Padilla si mal no recuerdo, alto, de cutis blanco que había estudiado medicina en Argentina y a quien los matagalpinos le decían el Che por su apariencia física y su modo de hablar. Este hombre me hacía el siguiente comentario: “Pero vos fijate… le dicen a la gente que el poder será de los obreros y campesinos ¡y se lo van a creer! ¡Después van a andar reclamando!”. Obviamente, fue de los médicos que emigraron a Estados Unidos.
Campaña de vacunaciòn en Bocaycito en 1986
Campaña de vacunaciòn en Bocaycito (1986).
Las principales patologías existentes en la región eran la diarrea, el paludismo, la desnutrición, la tuberculosis y las enfermedades de la infancia tales como el coqueluche, el tétanos, la poliomielitis, el sarampión.
Una mención aparte merece la leishmaniasis(1). Durante el gobierno de Somoza, por decreto se había determinado que esta enfermedad no existía en Nicaragua. La padecían los campesinos y los que vivían en la selva. En esa época, si alguna persona iba en busca de remedios a los centros de salud de la ciudad y tenía leishmaniasis significaba que había andado por la selva y la montaña; los que tenían los medicamentos eran los integrantes de la Guardia Nacional, por lo tanto el enfermo era un guerrillero y caía preso. Para evitar esto, la gente se curaba como podía; a veces intentaba detener la infección y cauterizar las lesiones con un hierro candente; otras, se ponían pólvora sobre la herida y prendían fuego, o se aguantaban la enfermedad que progresaba y les dejaba daños irreparables.
Después del triunfo del FSLN aparecieron miles de casos que fueron tratados en los Centros de Salud de la Revolución.
Todas estas patologías eran fácilmente reducibles, para eso en 1980 se comenzó con las grandes campañas de vacunación;  primero únicamente con el personal de salud y después con la participación de los brigadistas de la salud. Un ejemplo es la casa que habitábamos en Matagalpa, que fue un centro de vacunación barrial desde 1980 hasta 1991. Los vecinos organizaban Jornadas de Vacunación junto con el Comité de Defensa Sandinista sin que fuera necesaria mi presencia en estas actividades, en el período en que estuve en zona de guerra.