lundi 17 décembre 2012

¡Por fin estoy en Nicaragua!

Aterrizo el Tupolev a Managua procediendo de Moscú. Apenas las ruedas acariciaron la pista quemada por el sol tropical que los pasajeros aplaudieron sin cesar. El avión se dirigió lentamente hacia la zona de desembarque. Los jóvenes nicas ya no aguantaban la espera. Se habían tirado cinco o seis años de estudio en la URSS. Por fin regresaban al país, iban a ver a sus familias que los habían visto irse adolecentes, iban a tomar pinol, comer gallo pinto con crema… pues, no aguantaban y esperaban de pie la apertura de las puertas.

Minutos antes, cuando apareció el territorio, desde el Atlántico irisado de perlas isleñas buscando el Amerrisque de los caciques chontaleños, las nubes se abrieron y divisamos caseríos silenciosos, milpas y la selva inmensa. Una maravilla… Un muchacho saco su guitarra y disparo canciones. Cuando apareció el gigantesco lago Xolotlan, el avión dio su última vuelta para ponerse paralelo a la Carretera Norte donde corrían los buses repletos de gente. Managua hervía de vida.
El avión se paralizo en la pista. Dieron autorización de abrir las puertas y sentí el aire caliente cargado de humedad envolverme con sabores al macadam licuado de la pista. Tenia la respiración corta mientras el aeropuerto Augusto C. Sandino nos daba la “bienvenida”… ¡Por fin estoy en Nicaragua!


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