Por José María Recover
El sábado 24 de Mayo de 1986 dos vehículos se encuentran en el camino que entra a Los Cedros en el término de San José Bocay, dialogan unos momentos y reanudan su marcha. En el vehículo que entra a la comunidad de los Cedros van compañeros que son reconocidos líderes populares de la comarca, todos ellos infatigables luchadores del avance y el bienestar para sus comunidades.
Entre ellos va Ambrosio Mogorrón, el enfermero vasco de Bocay y que se encontraba en esa jornada en plena campaña de vacunación para los más pequeños.
En ese trascurso de entrar y salir el vehículo de los Cedros, la muerte estaba sembrada, la barbarie estaba servida. Una mina antitanque fue colocada en un charco del camino, senda segura por la que el vehículo estaría obligado a pasar de vuelta. La ocasión era circunstancial y única, nunca tantos dirigentes y activistas comunitarios habían estado tan juntos y pensarían que había que aprovecharlo. Ocurrió lo que la “contra” buscaba, apagar sus vidas, acabar en un solo acto con estos compañeros y lo que ellos significaban, el tesón, el coraje, la lucha, la organización, las cooperativas, la sencillez, la humildad, en una palabra cercenar la belleza.
Carta a Ambrosio:
Querido amigo, la última vez que te vi allá en mi casa en San Judas, me quedé preocupado. Me contabas que la situación estaba muy fregada, las incursiones de la “contra” eran muy fuertes y muy difícil realizar tu trabajo de salud, que muchas veces os quedabais incomunicados. Tú me decías… ya ves no puedo ni salir de Bocay para visitar a los campesinos que por sus dolencias no pueden llegar hasta aquí. Mientras te ponías tu pijama de cuadros grises se dejaban ver tus heridas en las canillas de las piernas, ¿no será lesmania? ¡No! me decías, ¡estas heridas por allá son normales!, y con tus ojos grandes, hundidos y mirándome fijamente me decías… yo tengo medicamentos o recursos a la mano, es la pobre gente quien no los tiene y ni siquiera puede bajar a buscarlos ahora por los ataques de la “contra”.
Mañana me voy para Bocay… ¡pero si llegaste ayer, yo le respondía!... si pero aquí ya he hecho lo que tenía que hacer y allí me necesitan… Te marchaste temprano, sigiloso, sin hacer ruido para no molestar a nadie, como siempre y fue la última vez que te volví a ver.
Ambrosio, ahora soy yo quien te viene a ver.
Mucha agua ha caído y muchas cosas han cambiado desde entonces, Managua sigue siendo la ciudad ajetreada y de locos que a vos te parecía, ahora tiene más vehículos y algunas carreteras de circunvalación que intentan descongestionar el tráfico. El tejido humano es el mismo, la gente madruga, sale a trabajar, tiene sueños y esperanzas y sale todos los días en busca de conseguir lo mejor para él y los suyos, claro que habiendo estado varios gobiernos neo-liberales en el poder han diezmado con sus políticas los beneficios sociales de los más débiles, de los sectores siempre más necesitados.
Pero te cuento mejor el camino a Bocay.
El camino a Bocay en bus, como tu contabas es largo y se hace pesado, ahora lo están arreglando, claro que como había llovido está la zona de “la pegaera” en la que con una mezcla de mucha paciencia y destreza por parte del conductor evitará que nos fuésemos “al guindo”.
Me dio mucha alegría ver en el camino como los niños y jóvenes se dirigían a las escuelas y los institutos. El bus por un momento se llenó de ellos, invadieron gratamente aquel espacio reducido con su alegría característica, todo ello aderezado con ese grato olor a talco y cabellos húmedos de cuerpos recién aseados, me recordó la etapa de la alfabetización y como vos decías… es que un pueblo que se forma jamás volverá a ser esclavo.
Llegamos al río y pasamos “la gusaera”, el agua hasta el eje de las ruedas. ¿Te acuerdas cuando me contabas?... cuando está crecido no se puede pasar y hay que esperar o hacer malabares para cruzarlo.
Después de 7 horas llegamos a San José de Bocay, estaba nervioso, yo quería verte y mi corazón palpitaba fuerte ante la duda de si te podría encontrar. Seguro que ahora no lo reconocerías y te sorprenderías, la comunidad es más grande y con mucha actividad económica. En el camino preguntamos por el centro de salud y rápido nos indicaron. Ya no es aquella casita de tablas rajadas con la banca de madera en la puerta donde vos dispensabas las pocas medicinas de las que disponían, ¡Ambrosio sentate y escucháme con atención!
El centro de Salud es ahora GRANDE con letras en mayúsculas, tiene varios edificios, casa materna, algunas especialidades y un laboratorio que hace exámenes patológicos y cultivos, pero lo más grande e importante, tiene en él personas como vos que se esfuerzan todos los días por dar lo mejor de sí, con humildad, con sencillez, tiene doctores y doctoras y está ahí en el laboratorio Josefa Morales “Chepita”, tu gran amiga y compañera de trabajo de la que tantas veces nos hablaste con cariño, con ella en el laboratorio está ahora también Alba Azucena, todos ellos como vos lo harías, sin desfallecer, apenas sin descansar, dejando el descanso para luego o para cuando se pueda, en circunstancias adversas y difíciles de las que vos conoces y algunos conocemos.
Ambrosio si pudieras verlo se sentirías orgulloso, te hemos buscado, hemos venido a verte y al fin lo hemos conseguido, estás ahí en tu centro de salud, no porque estés en la placa que lleva tu nombre, si no porque estás impregnado en la gente y con la gente como a vos te gustaba, hermano y amigo no en vano tienes la medalla al merito al trabajo José Benito Escobar, sobre todo tienes la medalla del pueblo de Bocay que te quiere y te recuerda, siempre te recordaremos. Amigo ahora en este centro y como vos lo soñabas, descansa en paz.
Tu amigo que no te olvida
José María Recover